lunes, 19 de marzo de 2012

Putada


Tenía que llegar el día. Tras este empate con tan mal sabor, el único problema, como seres de costumbres (ganadoras) que somos, es que ya nos habíamos adaptado a vencer de forma dictatorial, y dejar de hacerlo duele y jode, porque somos el Madrid y somos de Mourinho, y sólo nos vale el triunfo. Ayer se nos escapó una victoria que tocábamos con los dedos, y nos vamos fuimos con un gran disgusto, igual que nos fuimos contentos con los resultados de las salidas a Vallecas y Sevilla. Hoy el fútbol ha vuelto a ser aquel deporte al que jugábamos hace un par de temporadas.

Mi intuición prepartido me hacía pensar en un encuentro rápido y roto desde el primer momento, dadas las dificultades de ambos equipos para encontrar equilibrio en sus transiciones defensivas, y así fue. Desde prácticamente el primer minuto el encuentro carecía de ataques posicionales desde la defensa: el centro del campo era únicamente una zona de paso rápida hacia la zona de finalización. Mi mente me recordaba al Madrid de Pellegrini de hace dos temporadas, aquél que no se rompía durante el transcurso del juego, sino que ya salía roto del vestuario. Hoy, en los primeros treinta minutos, parecía que los dos equipos estuvieran al mando del chileno. En esos minutos iniciales pudimos ver al Madrid más vulnerable del partido, recibiendo llegadas y ocasiones con demasiada facilidad.

Centrándonos en lo mejorable de nuestro equipo, siguió la dinámica a la que estamos acostumbrados esta temporada: algunas dificultades para crear juego desde la defensa (a pesar de la gran contribución de Khedira en los primeros veinte minutos) y provocar desequilibrios antes de cruzar el medio campo; falta de amplitud en los ataques, sobre todo por banda derecha, y la fragilidad de nuestro repliegue ante pérdida de balón en el campo rival. A nuestro favor teníamos que, en un partido roto, somos el rival más temible. Sin embargo, en una de nuestras mejores virtudes, las transiciones ofensivas, nos chocábamos con un contratiempo que vestía nuestro propio escudo: Kaká. A pesar de la mejoría demostrada en los últimos partidos, el brasileño evidenció estar varios puntos por debajo de la media del equipo. Su intensidad de juego y su interpretación del mismo disminuyeron nuestro poder  ofensivo, abortando la peligrosidad de varias contras mediante equivocadas decisiones. Mientras vemos el crecimiento contínuo de Özil, asistimos al estancamiento definitivo del brasileño. Ojalá aún le queden algunas balas en la recámara, pero su caducidad no pasa de junio.

Entre tanto descontrol en el partido, llegó la que parecía consecuencia natural: el gol. Cristiano, haciendo gala de su infinito repertorio de bondades, enroscó un centro estratosférico para que nuestro gato, tras el pertinente movimiento intuitivo a la zona de remate, sólo tuviera que poner la frente para hacer el uno a cero. Golazo y placer extremo, tanto por la factura del tanto como por sus protagonistas. Aprovecho para ensalzar características del juego actual de Cristiano, a quien hasta ahora había criticado: mayor compromiso colectivo, mayor inteligencia en su toma de decisiones, mayor implicación en el juego asociativo… Quizá parecía imposible, pero nuestro mayor crack ha decidido hacerse un mejoramiento general en toda regla. Por otra parte, tenemos al goleador, al sonriente Karim, que contagia esa sonrisa en cada acción en la que interviene directa o indirectamente. Y sonrisas aún más grandes me provoca pensar que su techo está por descubrir, que los límites de su calidad son aún inescrutables para el ya boquiabierto espectador. El día que lo enchufe todo tendrá que ir haciendo hueco preferencial en la vitrina de premios individuales de su mansión.

Después de una primera parte disputada y hasta equilibrada, la segunda se convirtió en un auténtico monólogo blanco, fruto de diversos factores: un severo bajón físico y de intensidad del cuadro malagueño; un enorme despliegue posicional de los de Mourinho, donde primera y segunda jugada siempre caían a nuestro favor, y donde la rápida recuperación en campo rival era coser y cantar. El dominio tan claro hacía presagiar un resultado holgado al final del encuentro, pero ayer no fue el día de la pegada, de esa dichosa pegada con que tantas veces se han justificado las merecidas victorias de nuestro equipo. En el terreno de juego (del Málaga) Özil seguía demostrando que se está encontrando a sí mismo de cara al momento en que todo se decide, Cristiano continuaba desequilibrando y asistiendo (ayer quizá echamos en falta su remate) y Karim, a pesar de fallar un par de ocasiones que pudieron haber sentenciado el encuentro, nos brindaba su enésimo repertorio de inteligencia en interpretación de los espacios y tiempos del fútbol. Las ocasiones se sucedían en la porteria rival, pero ayer no entraban con facilidad.

El partido entraba en su recta final y yo, en el sofá de mi casa, más tranquilo que nunca, soltaba alegremente: “sé que es nuestro impulso, pero somos demasiado verticales: quedan cinco minutos y hay que tener más el balón”. En ese último tramo del encuentro, desafortunadamente, no conseguimos completar una posesión de más de tres o cuatro pases. Contra un rival absolutamente deshecho y que, prácticamente, firmaba la menor de las derrotas, nos seguimos lanzando a saco a por un partido ya ganado. Y aunque estas palabras ahora sólo puedan sugerir ventajismo tras el resultado final, necesitamos dar un paso adelante en cuanto a maduración competitiva en aspectos como éste. Que Cazorla la clave en la mismísima escuadra en el 92’ no es culpa de nadie. Que neguemos esa posibilidad mediante la posesión y el repliegue y no cometamos faltas absurdas (¡Alonso y Granero!), sí está en nuestro poder. Que esta lección nos sirva de aquí en adelante para partidos complicados, para eliminatorias de Champions, donde en vez de lanzar contraataques Izco y Joaquín, lo harán Robben y Ribery, y para rematar esperarán Mario Gómez y Müller, no Rondón y el pobre Van Nistelrooy, al que aplaudo, una vez acabado el encuentro.

Resumiendo, partido que nos recuerda que seguimos siendo mortales, y que debemos pulir algunos aspectos del juego que, si bien son intrascendentes en el 95% de partidos de nuestro campeonato doméstico, pueden, perfectamente, decantar competiciones como la Copa de Europa. Por último, señalar un arbitraje lamentable en todo su desarrollo, dejando de lado los penaltis que, a pocos metros de la jugada, no quiso pitar el inutil colegiado. Ya no me quedan ganas ni de quejarme; además, poco importa: la Liga es nuestra. Sólo espero que nuestras protestas se consideren igual que las de los llorones culerdos. Ah, hablando de llorar: histéricos, guarden sus lágrimas, gemidos y lloriqueos, que para celebrar la Liga y la Décima serán mucho mejor empleadas.


¡¡HALA MADRID!!
Madridistas de Firgas.

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