Llega por fin la dichosa final de Copa, un partido antipático
por muchos motivos, el primero de ellos por la fecha, demasiado tarde. Tendría
que confirmarlo, pero creo que es el último partido profesional de esta
temporada en Europa entre equipos de primera división. ¿Quién tuvo la estupenda
idea de programarlo diez días después de la Champions, con todo terminado y con
la mayoría de los equipos de vacaciones? Luego, por supuesto, está el temita o
temazo del que al principio nadie quería hablar, pero que al final ha sido demasiado
clamoroso: el bochornoso espectáculo antiespañol que con toda probabilidad van
a ofrecer las aficiones de Farsa y Athletic. Sobre eso, las opiniones están
divididas entre aquellos que quieren que sólo se hable de fútbol (considerando
los silbidos al himno un derecho o estando secretamente encantados con ellos), y los que proponen una
serie de soluciones entre lo ineficaz y lo imposible (tocar el himno muy alto,
repetirlo hasta que se callen los trogloditas). También está el hijoputismo
extremo de algunos, con la explicación universal de todos los males del fútbol:
la culpa es del Madrid.
La Federación ya ha dejado muy claro que el partido (su
negocio) no se suspenderá, demostrando que se pasa por el forro de los cojones
el ultraje a los símbolos nacionales (¿a alguien le sorprende viniendo de
Villar?). Así, parece que no existe forma de preservar el honor de la patria,
pero hay una, y muy simple: todo está en las manos (o en los pies, por decirlo
mejor) de nuestro principito, Felipe de Borbón y Grecia. Si cuando empieza a
sonar el himno hay un nivel significativo de pitidos y abucheos, el Príncipe
sólo necesita un gesto, un sencillísimo gesto, para acabar de un plumazo con
toda la pantomima: levantarse de su asiento y abandonar el palco para no volver.
Si eso ocurre, me juego los cojones a que el partido quedará suspendido antes
de que transcurran cinco minutos. Villar, atrapado en una situación imposible,
no tendrá más remedio que dar por el móvil las instrucciones necesarias, pues
cualquier otra cosa sería un escándalo descomunal, mucho mayor que la
suspensión del partido.
La cuestión es si Don Felipe va a tener el valor o el
sentido del deber necesarios para dar este paso (o pasos). En verdad espero
poquísimo de él, viniendo como viene de una dinastía mediocre, que llevó a la anterior
gloriosa corona española a un larguísimo período de decadencia. Imposible
olvidar a aquel Fernando VII, a ese Alfonso XIII que huyó como una rata ante
cuatro pelagatos republicanos, o a su padre, Juan Carlos I, metido hasta las
cejas en el 23-F, y totalmente indiferente ante la desintegración nacional de
los últimos 30 años. En cuanto al propio Felipe, está casado con una
progresista militante y le gusta alternar con rebeldes millonarios como Joaquín
Sabina, pero hasta ahora parece ,recalco lo de parece, tener algo más de
decencia que el padre. Lo del partido de hoy parece una simple anécdota, pero
es algo mucho más trascendente: le permitirá al aún príncipe elegir entre ser
Rey o un pelele más del sistema (por mucho que viva en las capas altas del
mismo). Veremos de qué está hecho este hombre.
¡¡HALA MADRID!!
Madridistas de Firgas
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