miércoles, 26 de septiembre de 2012

Quieren cargarse al padre



 El Madrid empezó, después de 4 años, como campeón de Liga y no como aspirante. No es un tema para tomarse a la ligera. Especialmente si nos referimos al Madrid de José Mourinho. Desde que llegó al banquillo del Bernabéu, y debido a la situación complicada que había (en lo deportivo, y también, en lo de fuera) en el Madrid en aquel momento, Mou se dedicó a construir un discurso cuyo eje principal era un equipo de marcado carácter rebelde y un paternalismo muy acentuado por parte del entrenador. Vamos a explicarlo.

Es posible afirmar que en el año de la venida del mesías portugués se produjo el máximo de competitividad del Barcelona en toda la era Guardiola. Quién sabe si motivado por la llegada de Mourinho a España, por Villa o por una suma de todos los factores, mas el caso es que en la 2010-2011 vimos al Barcelona más fuerte de siempre. Evidentemente, y en estas circunstancias, el trabajo que Mourinho desarrolló aquella temporada (con varios jugadores nuevos, además de los “fichajes” de Marcelo y Benzema,  desaparecidos años antes) adquirió una dimensión colosal. Pero, más allá del habitual esfuerzo por encajar las nuevas piezas, automatizar los mecanismos de defensa y ataque y, en definitiva, inculcar su concepto de fútbol en una nueva plantilla y en una cultura futbolística diferente, el trabajo de Mourinho en sus dos primeros años, principalmente, fue psicológico. Ahí trabajó sobremanera su característico paternalismo para con todos los miembros de su grupo. Se erigió en el jefe protector de una manada compuesta casi en exclusividad por niños dudosos y sin experiencia en batallas sangrientas ya que, con las excepciones de Xabi, Cristiano, Casillas y Carvalho, ninguno de los jugadores del Madrid podía presumir de una inteligencia emocional suficientemente fuerte como para conducirse de manera autónoma en situaciones de alta exigencia. Nace entonces, el discurso de la oposición. El discurso del aspirante. El Madrid de Mourinho se construyó en torno a él.

Y el discurso, que aparentemente sólo se traduce en una identidad extra-futbolística (en los periodistas, en las declaraciones, fuera del césped en definitiva) trascendió a la mera lucha frente a un rival objetivamente más fuerte: el enemigo contra el que ese Madrid se rebelaba no era sólo deportivo, también lo era institucional. Y oscuro. La UEFA, el estamento arbitral, Villar, la RFEF y, lo que más, el discurso hipócrita y mezquino que rodeaba la marcha del Barcelona y que salia directamente de Guardiola. Acumuló, pues, elementos de toda clase alrededor de los cuales todo el madridismo se unió en una causa común como nunca antes lo había hecho.Mourinho se opuso a todo eso, articuló para su Madrid un discurso rebelde opuesto a todo ello, pero la influencia de esto pasó a la identidad del propio equipo: los jugadores dependían emocionalmente demasiado de su entrenador. Con el viento a favor, nada les estorbaba. Eran jóvenes, eran buenos y además ganaban y su autoestima, tanto individual como colectiva, aumentaba (véan los casos antes nombrados de Benzema y Marcelo). Sin embargo, frente al ogro, todo volvía a oscurecerse. Era entonces cuando el padre protector se hacía peligrosamente imprescindible no en la sala de prensa sino ahí debajo. En el campo. Y Mourinho no es infalible. Ante una situación desfavorable, en un contexto de sucia guerra emocional, y ante la imprevista (aunque no improbable) aparición de un elemento desestabilizador del juego (Wolfang Stark, gracias a la UEFA,) nuestros muchachos miraban a la banda y esperaban. Y, de repente, se encontraban indefensos ante un enemigo más poderoso. La identidad de aquel Madrid y su inmadurez emocional se reflejaba, inmisericordemente, en un acobardamiento instintivo frente al equipo dominante cuando el jefe protector Mourinho fallaba (semifinales Copa de Europa, 5-0, 1-3 de diciembre 2011).

¿Qué ha cambiado ahora? Todo. El triunfo en la pasada Liga y, sobre todo, la manera en que se logró, ha dado la vuelta a esta situación que podríamos calificar como extra- futbolística, o emocional. El gol de Ronaldo en el Camp Nou valió más que una victoria, y más que una Liga. Le devolvió al Madrid el mando. Y esta impresión la veo confirmada después de la Supercopa. La inercia competitiva y la serenidad que mostraron los jugadores, contra la ansiedad manifiesta y a la fragilidad mental que ante la Farsa antes les sucedía, me reafirma en mi suposición inicial. Parece que Mourinho y los jugadores lo están consiguiendo.

El principal interés que tenía esta temporada era comprobar si el Madrid de Mourinho podía ser capaz de dar un salto cualitativo en el aspecto mental, ya que  de ello depende en gran medida la victoria final en la Copa de Europa. La madurez psicológica de un equipo, aunque parezca una consideración menor, es de vital importancia en el fútbol de las alturas. Esto es, en una prórroga de las semifinales de la Copa de Europa, por ejemplo. La excesiva dependencia emocional de un grupo de futbolistas jóvenes y en general inexperto con su entrenador se justificaba por la situación de inferioridad deportiva y contextual desde la que empezaba  el Madrid en 2010 respecto al equipo dominante en el fútbol mundial en los tres años anteriores. Mourinho lo absorbía todo, canalizaba las críticas y la ira del vestuario hacia dentro y hacia fuera, pero también ponía al equipo en una inevitable adolescencia emocional que condicionaba la determinación de los jugadores en las situaciones difíciles. Pero el Madrid ya no es el aspirante, el rebelde. La ansiedad por destronar al Barcelona ya ha desaparecido y lo hizo con aquel gol decisivo de Cristiano. Ahora, por fin, somos el equipo de referencia.

Y por ello, han de matar al padre. Metafóricamente, por supuesto. Esto significa que los jugadores deben tener la suficiente confianza en lo que hacen, en sí mismos, para afrontar partidos complicados y panoramas difíciles sin tener que necesariamente mirar al banquillo esperando la solución a los problemas. Mourinho es el mejor, pero también se equivoca. En el grado en que los jugadores puedan solventar los partidos duros por sí mismos, emancipándose del abrazo protector de Mourinho, estará en gran medida la Décima. Entiéndan esto bien: no hablo de una estúpida autogestión, pues eso sería ridículo y desastroso. Y absurdo, estando en el banquillo el mejor entrenador del mundo. Lo que digo es que en los partidos grandes de verdad, como en aquella ida de semis frente al Barcelona o en la prórroga frente al Bayern, quienes de verdad deciden campeonatos y escriben la Historia son los jugadores, y la madurez competitiva con la que se manejen en esas situaciones en donde tanto depende el estado de ánimo y el conocimiento del trabajo bien hecho.

¡¡HALA MADRID!!
Madridistas de Firgas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario