El Madrid visitaba el Ciudad de Valencia, que es un campo un
poco frío en el que se reúnen los solitarios valencianos con la excusa de que
allí juega el Levante. El Levante es como la colombicultura, sólo que en vez de
palomas sueltan un balón. Su simpático entrenador había dicho horas antes que
el Madrid, si no se terminan las jugadas, no perdona. Es decir, que contra el
Madrid hay que acabar las frases.
Sin embargo, el campo no daba para mucho. El árbitro, Muñiz
Fernández, con esa pinta que tiene de dueño de fincas cafeteras, de malo de
novela mexicana, consideró que ahí se podía jugar algo aproximado al fútbol, un
fútbol de plomo, como de playa. Por si la lluvia y el pésimo estado del césped
fueran poco, el partido estuvo condicionado en su inicio porque a Cristiano le
abrieron una ceja. La lesión era más propia del boxeo, cosa que se entiende al
estar implicado David Navarro. Parecía que Cristiano lloraba sangre y después,
con el ojo hinchado, tenía la mirada dulce de crack roto de los boxeadores.
Poco después, Ballesteros le pegaba otro golpazo a Callejón.
Ballesteros, enaltecido por la prensa como veterano, se mueve en el campo como
un capataz. Él y David Navarro son los cazarrecompensas de nuestro fútbol. Si a
Callejón se le desplomaba el peinado, el de Ramos le desaparecía. Sólo Pepe
seguía siendo Pepe. La lluvia no sólo hacía imposible el juego y eliminaba al
juego de toda belleza, sino que deshacía el look del futbolista. Todo se
despersonalizaba, llevaba a una forma de fútbol ingenuo, infantil,
difuminándose la táctica y la influencia del entrenador. En ese fútbol de
recreo, el Madrid se iba manejando, menos cojo tras la vuelta de Coentrao.
En el campo había poco ruido. La gente cuando llueve grita
menos y no aplaude porque tiene que agarrar el paraguas. Es decir, que si al
público se le da un paraguas se le adormece. En un balón parado que quedó
suelto, tras controlar con su muslo, marcó Cristiano. Un gesto rápido de
delantero centro oportunista, que era su papel ayer. Cristiano celebraba el gol
entre la alegría de algunos madridistas valencianos, probablemente la forma más
conseguida y ligera de español.
Hasta el final del primer tiempo, por culpa del estancado césped,
el fútbol sonaba como si le estuviesen pegando una paliza a la pelota. En el
descanso, Mourinho quitó a Cristiano y colocó a Albiol en el centro del campo.
No fue la noche de Albiol, la verdad, que estuvo como quien juega a la piñata y
casi provoca un gol levantinista.
El Madrid salió muy bien, serio. Pepe remató solo en un
córner, Di María, muy vivo toda la noche, tuvo otra buena ocasión y hasta se
falló un penalti. Lo cometió Navarro sobre Callejón en una segunda instancia.
La primera entrada no lo fue, la segunda quizás. Eso pasa, David, por ser
reincidente en las cosas.
Falló Xabi. Yo lo vi venir porque me parecía que Xabi a lo
que iba era a jugar al cricket. Tras el perdón, llegó el gol de Ángel, más
rápido -de tan bajito- que Pepe. Después pudo marcar Juanlu. Se entraba en la
trama de las películas de terror, y ese perdón ante Casillas sólo podía
significar una cosa…
En estas entraba Morata, y no había que ser pitoniso para saber
lo que iba a pasar. Xabi lanzó una falta con rosca, de esas faltas que tienen
más rosca si el que está esperándolas es un delantero, y Morata, que es como
estar viendo a Morientes otra vez, peinó con elegancia a la red de la portería levantinista.
El Madrid salvaba los muebles y evitó distanciarse de su más directo rival y
que los ‘periolistos’ cantaran alegres las desgracias madridistas, que es lo
que desean.
¡¡HALA MADRID!!
Madridistas de Firgas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario