jueves, 22 de noviembre de 2012

A octavos a pesar del arbitraje


En el túnel de vestuarios los del City mascaban chicle y ponían cara de estar a punto de salir a pelear mientras Íker sacaba su flema de hombre tranquilo y poco dado a solemnidades. Eso es lo que más me gusta de él, cuando sale al campo con la cara del fontanero que sube al Quinto B a desatascar unas tuberias. Luego, durante el partido, tuvo oportunidad de hacer una de sus paradas abre telediarios. Él vuela, emprende un vuelo palomitero, pero al contrario de la palomita de Buyo, que era palomita con el balón y desde el balón, su vuelo es libre: la jugada sigue su curso, pero Íker ya está volando como SuperLópez y en su vuelo se encuentra cosas, como chatarra espacial. Ayer encontró un balón de Agüero que le dio en la costilla, como si el balón tuviera que tocar su herida para que todos aceptaran su santidad milagrosa. Íker no es Buffon, no lo ha sido nunca, pero tiene algo providencial, suerte providencial. Sus paradas se producen sobre la línea de gol cuando parece que está todo perdido.

Enfrente estaba el segundo fracaso europeo del City, que tiene un equipazo impresionante, pero un entrenador pobre que no saca las manos de los bolsillos. Empieza el equipo con Hart y Kompany, que son dos cachorros de cuidado, se abre con Kolarov y Maicon, un Manuel Pablo en bestia, y en el centro se mete a Touré para hervir luego en un juego pequeño, bajito, globular, cabezón con los Silva, Nasri y Kun. El Kun tiene piernas de bailar mucho reggaetón, de perreo y de montar tigres, panteras, y muchos animales.
Su estadio no me pareció impresionante, o quizás sea que se generaliza lo del Bernabéu. Siempre se ha dicho que el fútbol sacaba las ansias belicas del hombre europeo. Ahora es como si el propio fútbol hubiera reprimido su emotividad, civilizándose, verbalizándose. Un proceso que empieza por la erradicación de la violencia, sigue con la eliminación de la simbología política y acaba con un alisamiento de lo brusco que pudiera tener el juego. Y este fútbol civilizado nos lleva a preguntarnos qué estará encerrando, reprimido, nuestro antiguo ser guerrero, si es que alguno quedara.

Porque ni siquiera ese árbitro, el italiano que se inventó el penalti y tuvo la ocurrencia de negarle a su juez de línea un fuera de juego –la cara del linier era un poema: ser linier, levantar el banderín y ser desautorizado- nos llegó a enfadar, y asistimos divertidos al instante final en que el cuarto árbitro señalaba los minutos de descuento sin saberse observado por Mourinho. Todos en vilo esperábamos su gesto. Era otra vez su talento para acaparar la atención, hacerse jugada, incidencia, como si dominase no sólo el juego, sino parte de la retransmisión. Porque normalmente estas cosas se repiten después, pero a Mou se le buscaba el gesto en puro directo. Con esas cejas recortadas de lehendakari que se le están quedando.

Al Madrid ayer el partido le salió más o menos rebeldillo. Y comenzó el partido muy solvente con el 4-3-3, pero Modric tiene la burbuja leve y efecto de gaseosa antigua, y el 4-3-3 se le fue desdibujando en la segunda parte hasta desaparecer. Hasta entonces, el partido había sido varias tomas fallidas de la misma escena: Khedira entrando muy bien en una habitación, pero equivocándose con la frase. El gol de la sentencia no llegaba y es que los contragolpes, para salir bien, tienen que ser tan rápidos e inadvertidos que sorprendan primero al que los ejecuta. El delantero cuanto menos tenga que pensar mejor. El buen delantero tiene la jugada pensada, el movimiento hecho, y el contragolpe de mucho toque le coloca en una impropia situación de centrocampista. Elegir es malo para el delantero, que por eso ejecuta.

En las dos o tres veces en que el Madrid atacó, el locutor dijo que “crecía”. A eso me refiero: a la sustitución de la palabra ataque por crecimiento. Viendo el partido pensaba en la estupidez del juego, en la pérdida de sentido histórico de las cosas más tontas. En la definición del Madrid como un club “de agobio”, y si no será ese fin del mundo de cada temporada, su desorden institucionalizado, lo que al Madrid le puede dar la vibración necesaria.

¡¡HALA MADRID!!
Madridistas de Firgas.

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